viernes, 29 de mayo de 2009

Aquí tenéis cien tazas

Café manchado (con un poco de leche para dar color) que no sólo no quita el sueño sino que lo enturbia trayendo al recuerdo los monstruos que nos persiguen (como a Goya),

Las lañas, LAS LAÑAS (las has olvidado), cicatrices que nos gusta enseñar y subrayar cuando tenemos mono de melancolía.

El contacto de una taza de café con leche humeante, que cubre los labios de la espuma como queriendo mitigar el dolor y empaña las gafas de lejos para mitigar de nuevo el dolor del pasado.

Tazas que siempre estuvieron ahí y en las que nunca reparamos, por típicas, por prejuicios, porque sí.

Tazas que disfrutan por ser distintas (cuando tendrían que ir a juego con el resto) y que encajan perfectamente en la mesa por el simple hecho de que esta es imperfecta (buscando la perfección, a veces nos quedamos fuera del juego).

Tazas que nacieron para ser expuestas.

Tazas que se rompen por no prestarlas nada de atención y tazas que siguen ahí aunque uno las desprecie.

Tazas cuyos posos, de tan evidentes, aburren. Un futuro tan cierto y tan previsible que desespera.

Tazas con los labios bien marcados, señal de besos negados, y que lo evidencian de un modo sorprendente como el olor que perdimos cuando lo volvemos a encontrar en otra mujer.

Tazas tan intocables que permanecen así, intocadas.

Y tazas que, de tanto usarlas para lo mismo, un día tras otro, sin cuidarlas, acaban perdiendo el color y adquiriendo el blanco y negro que subraya la rutina.

- No me jodas que no has entendido nada...

Segui leyendo Segui Leyendo

miércoles, 9 de enero de 2008

Los vecinos del ático



Poco a poco fueron haciendo acto de presencia. El uno porque tocaba, el otro por no variar y el tercero porque sí. Cada uno ocupando su propia habitación.

Sí, era de noche, y la niebla bajaba fría y espesa, también, y el alcohol –que hacía escocer la herida-, les allanaba el camino, ¡que sí! Pero ellos iban a llegar de todas formas. Aunque no hubieran sido invitados y la puerta estuviera cerrada a cal y canto.

Y aquél día la liaron. Se pusieron de acuerdo y ni las toses, ni las llamadas conciliadoras ni los golpes de la escoba lograron la tranquilidad.

Empezaron alzando la voz, el murmullo de siempre pero más audible. Luego vinieron los gritos, los taconazos por toda la casa, las risas acompañadas. Y más tarde los chillidos, las carreras por el pasillo, las carcajadas ostentosas…
…hasta que se oyeron cristales y la bilis se derramó por el piso y los fantasmas huyeron despavoridos.



Le dejaron rodeado de colillas, y de copas medio vacías, y de codos abriéndose camino, y de humo exhalado por inercia, y de marionetas de hilos peleones, y de ruido encerrado en pentagramas, y de destellos que robaban secretos a la oscuridad.

Le dejaron con un pesado silencio.

Pero esta vez reparó en la fuerza de la mano que le sacudía, y en la intensidad de los ojos que le llamaban a gritos –¡qué ojos!-, y en la juventud de la sonrisa que le acompañaba, y en la profundidad de la voz que le recogía, y en el sol, ¡bendito sol!... Y supo, porque lo supo, que acabaría por desahuciar a los vecinos del ático.

Porque él, desde luego, no se iba a mudar de casa.

Segui leyendo Segui Leyendo

lunes, 5 de noviembre de 2007

Menguando



Cansado de ver índices ajenos cuando le indicaban dónde estaba la luna, un día buscó un aparte y se animó a señalarla en solitario.
Y descubrió maravillado que la luna seguía estando en el índice en el que siempre la había visto.
A ver quién era el tonto ahora.

Segui leyendo Segui Leyendo

jueves, 11 de octubre de 2007

A dos líneas


Qué sencillo era escribir entre dos líneas al dictado, cuando la mayor complicación era atinar con la hache intercalada de la cohesión o plasmar en Micuaderno un exabrupto.
Y ahora, de repente, me quedé sin paralelas y sin voz que me diga qué escribir.
Aguántalo.


Segui leyendo Segui Leyendo